Luz, color, emoción… y un instante perfecto. La Cabalgata de Reyes es un espectáculo visual hecho para ser inmortalizado.
Cada 5 de enero, las calles se llenan de ilusión. Pero este año, mi lente se centró en una figura que siempre me ha fascinado: el Rey Gaspar. Representando la sabiduría de Oriente, la magia y la generosidad, Gaspar no solo reparte regalos, sino miradas, gestos y momentos únicos que merecen ser inmortalizados. Esta es la historia visual de un rey que cruzó luces, sonrisas y asombro, capturado desde mi perspectiva como fotógrafo.
Gaspar, el Rey de la sabiduría oriental, representa la generosidad, la espiritualidad y la luz que viene de lejos. Su figura, envuelta en tonos cálidos y detalles dorados, es quizá la más serena de los tres Reyes Magos. En esta cabalgata, fue interpretado por Juan Pitirri, cuya presencia transmitía dignidad y cercanía a partes iguales.
A nivel fotográfico, enfoqué mi mirada en resaltar la elegancia de sus gestos, la profundidad de su mirada bajo la corona, y su conexión genuina con el público, especialmente con los niños. Busqué planos cerrados que captaran la emoción contenida y los pequeños detalles que a menudo pasan desapercibidos: una mano tendida, una sonrisa cómplice, la textura del manto. Gaspar no solo es un personaje, es un símbolo, y mi objetivo fue retratar no solo su apariencia, sino su esencia.
En cada rostro, un sueño. En cada imagen, un recuerdo eterno. Así se vive la Cabalgata de Reyes desde el otro lado del objetivo.
La mañana del 5 de enero tiene una energía especial. Aún no han llegado las carrozas ni la música, pero en el aire ya se respira anticipación. Las calles comienzan a transformarse lentamente: operarios montan estructuras, voluntarios afinan los últimos detalles de vestuario, y los primeros curiosos se asoman entre vallas y aceras reservadas.
La luz de invierno, suave y filtrada entre las nubes, bañaba cada rincón con una paleta casi cinematográfica. Aproveché esas primeras horas para moverme con libertad, observar el entorno y captar la intimidad del «antes». Fue un momento de silencios, de miradas cómplices entre organizadores, de niños nerviosos con coronas de cartón, y de una ciudad que, por un instante, parecía contener la respiración antes de llenarse de magia.
Fotográficamente, esta parte de la jornada me permitió explorar una narrativa más documental, más humana. Cada encuadre revelaba algo más que una preparación: era la construcción paciente de una ilusión colectiva.
Detrás de cada foto, una historia de ilusión. Detrás de cada lente, un corazón que aún cree en la magia.
El momento en que las carrozas se ponen en marcha marca el verdadero inicio de la magia. Es un instante cargado de emoción contenida: los motores rugen suavemente, los tambores retumban a lo lejos, y de pronto, todo cobra vida. Las figuras inmóviles se convierten en personajes, los Reyes alzan sus manos y el desfile comienza su recorrido entre aplausos, luces y miradas asombradas.
La atmósfera cambia de golpe. Las luces se intensifican, la música envuelve las calles y la multitud estalla en vítores. Niños y adultos se agolpan contra las vallas, móviles en alto, sonrisas amplias, ojos abiertos de par en par. La salida no es solo un inicio logístico: es un disparo de ilusión colectiva.
Desde mi posición como fotógrafo, ese instante es crucial. Todo ocurre muy rápido y a la vez con una cadencia majestuosa. Me concentro en capturar el primer gesto del Rey Gaspar saludando, el primer confeti en el aire, la primera cara de asombro. Es el nacimiento de una historia que se despliega cuadro a cuadro, luz a luz.
Cada clic es un susurro de ilusión infantil, cada encuadre una postal de tradición viva.
La fotografía tiene el poder de detener el tiempo, pero en eventos como la Cabalgata, también guarda algo más: la memoria colectiva, la magia compartida, la mirada de un niño que cree en reyes que vienen de lejos. En Gaspar, encontré un símbolo de eso: la belleza de seguir creyendo.